viernes, 16 de enero de 2015

Los secretos de Granada.

Es de noche. La gente camina, habla y ríe sin saber que te estoy esperando.

Me encuentro delante de la Fuente de las Batallas, en nuestro banco de madera, un poco desgastado por el paso del tiempo y por todas las personas que se han sentado en él. Esta fuente fue testigo de nuestro primer beso, del segundo, del tercero y de todos los demás. Tiene esa magia en sus aguas que hace que todo lo de su alrededor se embellezca. Contemplo mi entorno. Parejas de ancianos la observan y se miran a los ojos, diciéndolo todo a través de sus arrugadas y bellas manos unidas. Personas extranjeras se fotografían ante ella, para tener un bonito recuerdo de su paso por Granada. Miro el reloj, faltan cinco minutos para tu llegada, quizás seis o siete, ya que te gusta estar apuesto para mí. Me encanta llegar antes que tú para respirar este aire fresco, relajarme y pensar. Soy una chica de lo más soñadora. Adoro ver a la gente pasar e imaginar durante segundos sus nombres y vidas. Quizás acierte, quizás no, pero nunca lo sabré. Puede que cuando me miren también se imaginen la mía. Me gustaría decirles que soy muy afortunada. No soy rica, no tengo un lujoso coche o una enorme casa. Tengo una familia que se esfuerza al máximo para que no me falte de nada. Aunque la situación económica no esté en sus mejores momentos, ellos me conceden algún que otro capricho. Tengo amigos verdaderos, una sonrisa permanente en el rostro que jamás se borrará y te tengo a ti. Creo que no podría pedir nada más.

Esta ciudad, que ha sido testigo de tantas anécdotas, despedidas, risas o lágrimas, me ha hecho apreciar los pequeños detalles. Hace algunos años, cuando tú y yo caminábamos juntos por el Paseo de los Tristes, nos deteníamos para observar a los patos que se encontraban en el río Darro. Algunos nadaban y otros descansaban, pero siempre estaba el mismo anciano a la misma hora echándoles trozos de pan, que lentamente caían al agua. Me encantaba pasar por allí y verlo sonreír cada vez que los patos empezaban a comer, agradecidos. El tiempo pasó y no volví a ver a aquel anciano ni a las aves, que le acompañaron en su eterna ausencia. Ahora el solitario río corre silencioso a los pies del paisaje. Recuerdo a un pintor que se sentaba allí en los atardeceres. Se llevaba una silla simple y cómoda, se ponía a la distancia justa para fotografiar con sus ojos lo que veía ante sí y, con su lienzo y pincel, creaba maravillas. Lo que más me llamó la atención era que en la mayoría de sus cuadros aparecía la Alhambra, ya fuese en un tamaño grande, lejano, visible o apreciable. También nos parábamos a observar más pinturas finalizadas que tenía en el suelo, en forma de escaparate. En una de ellas reconocí el precioso Mirador de San Nicolás, con Sierra Nevada como telón de fondo acompañada de un bello atardecer. Colores rojos, anaranjados, blancos, marrones o azules se fundían en un solo lienzo. Tal vez no fuese un pintor famoso pero, sin duda, sabía reflejar en sus cuadros los panoramas más bonitos de Granada.

Ya te veo llegar. Mis recuerdos se disipan y dejan paso a una radiante sonrisa, la cual se refleja al instante en tu rostro. Gracias, tú me has enseñado los preciosos lugares de la ciudad. Tú me has revelado los secretos de Granada.



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