-Isabella, ¿podrías buscarme un libro de
cocina que hay en el desván? Anda, levanta del sofá. Hay recetas buenísimas
para cenar.
-Vale, mamá. Aunque yo me conformo con unos
espaguetis carbonara. -Respondo, asomándome a la puerta de la cocina y
haciéndole un guiño cuando ella me mira.
La veo de aquí para allá. La cocina es su
lugar favorito, sobre todo porque papá y ella se conocieron en un curso de
cocina. Tras trece años casados, mi padre murió en un accidente de coche. Los
libros de recetas y esta pequeña habitación, donde ella podía expresarse a
través de la comida, se convirtieron en su refugio. Él falleció cuando yo tenía diez años y, ahora, tengo dieciséis. La vida, sin una
figura paterna, fue y es bastante dura. No puedo ni imaginarme todo lo que ha
pasado mi madre sin él. Fue su amigo, su primer amor, su marido y su
acompañante en esta vida tan complicada que, desgraciadamente, se lo llevó
consigo. Desde entonces, prometimos cuidarnos la una a la otra. Siempre intento
hacerla y verla feliz. A veces lo consigo, otras no.
Tras decirle la cena que prefiero, para que no
tarde mucho en hacerla y pueda descansar, veo en su rostro una leve sonrisa
escondida entre algunos mechones de pelo, mientras dice:
-Esa era su comida favorita, "espaguetis
carbonara". Yo siempre quería hacerle algo más profesional, pero él se
negaba -ahora tiene una sonrisa más amplia, aunque llena de melancolía.
Un silencio se forma entre nosotras. Aunque mi
padre siempre está en nuestra memoria, acordamos no hablar demasiado de él para
poder avanzar día a día, intentando ser felices, aunque a ella a veces se
olvida de ese acuerdo.
-Sí... Voy al desván -Respondo algo cortante.
Mientras subo por las escaleras, escuchó un
"lo siento" de mi madre. No respondo. No es que me enfade, es que me
duele y ya está. Cuando entro en el desván, el olor a cosas antiguas me invade.
Todo está guardado en cajas. Cosas que no utilizamos, antiguas o nuevas pero
olvidadas, ocupan el espacio de este desván. Hacía muchísimo tiempo que no subía
aquí. Todas las cajas tienen palabras escritas. Mientras busco el nombre de
"libros de recetas", otra caja me llama más la atención. Aunque es
por la tarde, esto está un poco oscuro y creo leer la palabra
"Isabella" en una de ellas. La cojo intrigada, me siento en el
polvoriento suelo y la abro. Nunca había abierto ninguna. Ojeo y los recuerdos
me vienen casi de inmediato. Saco un osito de peluche, Bobo, con un pelaje
gastado por los años. Este simple juguete fue mi compañero inseparable de
pequeña. Dormía con él, bailábamos o realizábamos conciertos privados en mi
habitación. Lo abrazo fuerte y la melancolía, al igual que el olor, me empieza
a invadir. También hay libretas, pequeños libros de bolsillo, juguetes de todo
tipo, etc. Siempre jugábamos los tres; mi madre, mi padre y yo. Cuando les
pedía que jugáramos juntos, ellos dejaban lo que estuvieran haciendo y me
acompañaban. Esos eran mis momentos preferidos del día. Hace seis años, tanto
él como ella, dejaron de jugar conmigo y yo abandoné estas cosas, las cuales me
recordaban lo feliz que fui, sustituyéndolas por otras nuevas.
-Isabella, cielo, ¿has encontrado el libro?
Creo escuchar a mi madre pero, estoy tan
absorta en mis recuerdos, que no le respondo.
-¿Voy a tener que subir yo? ¿Qué haces,
Isa? -Va subiendo las escaleras-. Ay, esta niña...
Cuando entra en el desván, me doy la vuelta
para mirarla.
-Mamá...
-Ay, por dios, hija. ¡Qué susto me has
dado! ¡Te has parecido a las niñas que salen en las películas de miedo! -Una
vez calmada, se ríe, pero yo no.
-Mamá, ¿es posible que al intentar dejar
atrás una parte de mi vida, también lo haya hecho con todo lo demás?
Ella ahora me observa más detenidamente,
con el osito y la caja llamada "Isabella" delante de mí, y se sienta
a mi lado lentamente.
-Quiero decir -prosigo-, han pasado seis
años y ni siquiera recordaba estos juguetes. Quise dejar atrás sólo el momento
de su muerte pero parece que, al hacerlo, también se esfumó una etapa de mi
vida en un abrir y cerrar de ojos. No sé bien si, desde aquel día hasta hoy, he
aprovechado lo que me quedaba de infancia. Lo echo de menos. Todo.
-Cariño, sólo te voy a decir una cosa
-dice, consiguiendo controlar las lágrimas y cogiéndome la cara con sus suaves
manos-, ¿podemos realizar un concierto privado para Bobo, tu osito? ¡Por favor,
por fa, por fi!
Coge a Bobo de mis brazos, se lo pega junto a
ella y repite las mismas palabras que siempre les decía a ellos. Parece una
niña pequeña y me hace reír. Le abrazo con fuerza.
-Nada me gustaría más, aunque te advierto
que me salen algunos gallos en la voz. -Sonrío y la abrazo con fuerza-.
Gracias, mamá, por todo.
Alba, es una historia triste pero bonita y bien escrita. La vida es así: dejar cosas atrás para poder seguir adelante. Pero nunca conviene olvidar que hay que saber también quedarse con lo que te ayuda a seguir avanzando. Un negocio duro pero hermoso esto de la vida.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Javier. Así es la vida misma, como tú la describes. Gracias por leer esta pequeña historia y comentar.
Eliminar¡Un saludo y gracias!
Hola Migue. Efectivamente, todo lo que hay en este blog está inventado y escrito por mí. Me alegra que te guste.
ResponderEliminar¡Un saludo!
El olvido no existe, hay que aprender a vivir con él, y lo has plasmado con sencillez, ternura y mucha sensibilidad.
ResponderEliminarUn saludo
Mil gracias, de veras. Es un placer que hayas captado esos pequeños toques de la historia, lo que intenta transmitir.
Eliminar¡Un saludo!