"De esta manera habíamos avanzado como por una media milla, y ya casi tocamos al borde de la meseta cuando el hombre que caminaba más alejado hacia nuestra izquierda comenzó a gritar con todas sus fuerzas, con un marcado acento de terror. Una vez y otra llamaba a sus compañeros, y ya éstos comenzaban a correr hacia él...”.
Me detengo, de pronto, recordando la tarde en la que abrí por primera vez las tapas de este libro de Louis Stevenson. Los dos, sentados en el sofá, comenzamos a leer nuestras obras, cada uno dentro de mundos diferentes pero sabiendo que estábamos juntos. El tic tac del reloj iba enmudeciéndose cada vez que la historia se hacía más interesante, pero volvía a aparecer cuando no podíamos aguantarnos las ganas de darnos un beso. La manta nos tapaba hasta el cuello, el frío hacía que nos uniésemos más y que los pies no pudiesen dejar de jugar.
Y es que hay momentos inolvidables gracias a las personas con las que los compartimos. Podíamos estar paseando por la ciudad, viendo una película, la televisión o estar en un sofá leyendo un libro, que si él estaba a mi lado cualquier momento se convertía en un capítulo apasionante. Sin embargo, la vida tuvo otros planes para nosotros y separó nuestros caminos, teníamos diferentes destinos. Nos hicieron falta varias despedidas para saber cuándo era la definitiva. Aún así no hay nada tan pleno como recordarlo todo con una sonrisa. Sonrío por cada risa compartida, por aquellos viajes improvisados explorando rincones del mundo, por los desayunos preparados en la mesa al despertar, por los detalles que no merecía y por hacer de aquella historia una aventura inolvidable.
Abro de nuevo mi libro y continúo la lectura pero sabiendo que, si un recuerdo me hace sonreír, le estaré eternamente agradecida al protagonista.
:)
ResponderEliminarQue bello, muchas gracias por tus bellas letras y portomar en cuenta a tus seguidores...
ResponderEliminarGracias a vosotros por inspirarme. Es un placer :D
Eliminar¡Un saludo!