Los soñadores necesitan a los realistas para evitar que vuelen demasiado cerca del sol. Los realistas, sin los soñadores, no despegarían jamás.
viernes, 6 de enero de 2017
Qué bonito.
Qué bonito es observar a un globo volar, pensar en la historia que esconderá detrás; si el viento se lo habrá robado a un niño pequeño, si una persona se lo manda a alguien especial que está allá arriba, si lo han soltado juntos una pareja como símbolo de que su amor puede llegar al infinito. Qué bonito es imaginar cómo ese niño seca sus lágrimas porque recibe otro de sus padres, héroes, para que no se repita ese instante de tristeza. Imaginar la mirada de nostalgia con la que esa persona mira hacia el cielo, hacia ese globo que va subiendo poco a poco para dejar escapar el dolor que llevaba dentro. Ahora ese dolor se lo lleva el aire, envuelto en un color amarillo para que se convierta en felicidad, intentando transformar un gesto triste en una preciosa sonrisa. Imaginar cómo esa pareja se da un beso sincero tras imaginar su futuro en ese globo: libres, viajando por el mundo, sin ataduras, llegando a lo más alto y cayendo en cualquier lugar inesperado, pero juntos.
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