jueves, 7 de noviembre de 2013

Los últimos "te quiero".

 Son las cinco de la mañana. No puedo dormir. Miro el reloj deseando que pasen las horas rápidamente para ver a mi hija. Cuánto la echo de menos. Se tuvo que ir del país para trabajar. Hace año y medio que no la veo. Me ha estado enviando cartas escritas por ella, una tradición entre nosotras. Nada de móviles, nada de ordenadores, cartas. Más de doscientas tengo. Cada una que recibía la leía, releía y volvía a releer. Olía siempre el perfume que dejaba en el papel. Su perfume. He estado hablando con ella todo lo que hemos podido, menos del tiempo que deseaba pero, con escuchar su voz alegre y saber que estaba bien, me era más que suficiente. Una madre no pide más para su hija. Su vuelo llega a las ocho de la mañana. Estaré allí la primera. Estoy bastante nerviosa, eufórica, emocionada. Decido levantarme y prepararme el café, no puedo estar más rato en la cama. Pongo la mesa y preparo, para ella, un zumo de naranja, dulces y tostadas de tomate y aceite. Me dijo que echaba mucho de menos mi comida. Pobrecita. También le compré unas ropas que seguro que le encantarán. Son muy modernas y abrigaditas. Con el tiempo que hace, son necesarias. Le gusta ir a la moda. Siempre me ha estado aconsejando por teléfono dónde comprar, las nuevas tendencias y qué ropas ponerme para cada ocasión. Ya son las siete, me voy vistiendo y poniendo guapa para verla. No me puedo creer que por fin haya llegado el día. De pronto, suena el timbre de la casa. Espero no perder mucho tiempo sea quien sea, tengo que llegar antes de la hora al aeropuerto. Abro la puerta y no hay nadie. Qué raro. La cierro y voy a mi habitación para terminar de arreglarme. Al rato vuelve a sonar el timbre. La abro rápidamente, para pillar al graciosillo, y allí la veo, delante de mí. Mi niña. Al principio no reacciono. ¡Es ella! Ya está aquí. Nos fundimos en un gran abrazo lleno de lágrimas. Su vuelo se ha adelantado. Cómo ha crecido, madurado, cambiado. Está guapísima. Desayunamos juntas, charlamos sobre montones de cosas, nos contamos todas las novedades. Después, vemos nuestra película preferida, tumbadas en el sofá y comiendo palomitas. El tiempo siguiente lo hemos pasado fuera, en la ciudad. Qué bonito y diferente se ve todo cuando tienes a un ser querido a tu lado pero, cuanto más lento quieres que vaya el tiempo, más rápido pasa. Ya es de noche, hemos cenado y vuelto a casa. Ha sido un día agotador, lleno de energía, emociones, recuerdos. Reviviendo el añorado pasado. Ella quería dormir conmigo, así que nos dormimos y le abrazo bien fuerte, protegiéndola del mundo, como cuando era pequeña. La parte triste de mi historia llega en unas cuantas horas. Tiene que estar en el aeropuerto a las siete y media. Sólo ha podido quedarse un día. Se tiene que ir. Tristemente, tiene que volver. La levanto a las seis y media, le peino con cuidado aquel cabello largo y ondulado y terminamos de preparar juntas las maletas. Cada minuto que pasa es una espina más en el corazón. Un minuto menos a su lado. Llegamos al aeropuerto a las siete. Sacamos el billete y esperamos en los asientos. No hablamos, sólo nos abrazamos una y mil veces más. Las siete y media. Llegaron las lágrimas, los abrazos ahogadores. La veo alejarse de mí. Mi pequeña y dulce hija. Aunque me lo prometí, para no hacerla sufrir, no puedo dejar de llorar.
Eso es lo que están consiguiendo, que cada vez más padres vean marcharse a sus hijos fuera para ganarse la vida, que lleguen los últimos “te quiero”. Porque es así y no hay nada más doloroso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario