martes, 7 de enero de 2014

Capítulo 9: Distintos puntos de vista.

 Pasaron dos meses desde que encontré aquel callejón donde protegerme del frío. Durante esas semanas, estuve comprando lo justo para comer, sin caprichos. De vez en cuando, por las mañanas, salía a dar un paseo por los alrededores. Miraba un gran restaurante a través de sus cristales, observando a familias felices, saboreando  la comida y riendo. En ese momento me entraba un instante de melancolía pero, rápidamente, la sustituía por un pensamiento: “¿Por qué estás en esta situación? Porque yo decidí elegir mi propio camino y mi propia vida. ¿Qué debes hacer, Nathalie? Dejar de pensar en mis padres cuando miro a los de los demás niños. ¿Por qué? Porque quiero dejar mi pasado atrás para poder ser feliz”. Siempre me repetía eso a mí misma cuando mis fuerzas decaían. Yo era mi propio impulso para seguir adelante y así, con los días, semanas y meses, me hice más fuerte.

 Aquel era un nuevo día. Me sentía renovada, con energías, aunque con dolor de espalda por el suelo tan duro y frío del callejón, pero intentaba ignorarlo. Me dirigí hacia el parque donde perseguí por primera vez a las palomas. Aunque hacía un poco de frío, el sol llenaba de luz y calor todo lo que tocaba. Me tumbé en el césped, húmedo por la lluvia del otro día, pero acogedor. De pronto, llegó a mis oídos el sonido de un instrumento. Me pareció que era una guitarra, pero no estaba segura. Era tan bonita la melodía que estaba sonando, que me levanté y me dejé guiar por ella, hasta encontrarla y descubrir quién era esa persona misteriosa que estaba interpretando una música tan bella. Por fin llegué a mi destino, llena de curiosidad. Me encontraba delante de un niño tocando, como yo creía, la guitarra. Pero no era un niño como los que había visto de pequeña. Era un niño negrito. Seguramente sería un poco más mayor que yo, dos o tres años más.
 En el orfanato escuché muchas cosas malas sobre las personas de color. Decían que no eran de fiar, que robaban y que eran diferentes a nosotros. Yo nunca les creí. Aunque no hubiera visto a ninguno, sabía que no era verdad. ¿Por qué tenía que ser alguien malo sólo porque no era de nuestro mismo color? 

 Era la primera vez que veía a un negrito y estaba muy emocionada. Deseaba conocerle y hacernos amigos. Observé que tenía bastantes monedas en la funda de su guitarra. Era muy bueno. Me senté delante de él, con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en mis manos, sonriendo. El niño, mientras tocaba, me miraba extrañado y me hizo una pregunta que nunca se me olvidó.


No hay comentarios:

Publicar un comentario