viernes, 5 de septiembre de 2025

Tú.

Me asomé a la ventana, eran las nueve y media de la noche cuando el cielo grisáceo amenazaba con lluvia a los viandantes del pueblo. En mi casita sonaba un disco de vinilo que me regalaron mis abuelos. ¿Amante de lo clásico? Por supuesto. Comenzó a llover y todo el mundo huía de un lado para otro, hasta que las calles se quedaron vacías. ¿Qué hice yo? Salí a inspirar el olor a tierra mojada. Las farolas me iluminaban el camino, como si quisieran guiarme hacia algún lugar, así que me dejé llevar. El silencio reinaba, la paz me invadía.

Nunca me detuve a observar la magia que impregnaba cada rincón, supongo que las prisas no nos permitían ver la belleza de nuestro alrededor. Era un pueblo que inspiraría a cualquier escritor en busca de su musa perdida, yo estaba en ello. Algunos me llamarían imprudente o loca por salir sola a la calle de noche, qué sabrán. El miedo nunca había formado parte de mí. Así era yo, libre, valiente e invencible.

Mientras caminaba, pensando en nada y a la vez en todo, un ruido unos metros más adelante interrumpió mi paseo. Me acerqué lentamente para conseguir ver a través de las gotas de lluvia y, de pronto, ahí estabas tú, un perrito asustado, empapado, tiritando de frío. Tú, ese ser que me cambiaría la vida para siempre. Parecías inofensivo, así que me agaché para que mi paraguas consiguiera cubrirnos a ambos. El corazón me dio un vuelco cuando tus ojos me miraron fijamente, tan dentro de mí que incluso llegaste a tocarlo. Lloré, sí. ¿Cómo podía ser que te hubiesen abandonado? Me tranquilicé y te aproximaste más a mí, como si quisieras que te salvara de aquello. Corrimos hacia un soportal para refugiarnos y allí nos quedamos sentados, permitiste que te envolviera entre mi abrigo y el calor de mi cuerpo. Me daba igual la ropa sucia, que tu pelo me mojara el jersey, me daba igual todo. En ese momento empezaste a quererme tan rápido y tan fuerte que yo también te comencé a querer. Las únicas palabras que salieron de mi garganta fueron "yo te cuidaré". Pareció como si me hubieras entendido porque tu cuerpo entró en estado de paz. Las farolas me guiaron hacia ti, estabas en mi camino y yo, sin saberlo, te estaba esperando. Te quedaste dormido dentro de mi abrigo y juro que, en ese pequeño instante, el sol salió sólo para nosotros dos.

Ha pasado un año desde entonces y gracias a ti la musa volvió a mí. Llevaba mucho tiempo con el “bloqueo del escritor”, ese que tantos dolores de cabeza me había traído. No era feliz, mi corazón me pedía algo y yo no le escuchaba. Una vez que lo hiciera, cuando comenzase a ser yo misma de nuevo, conseguiría finalizar mi libro y cumplir por fin mi sueño. Tú hiciste que me volviese a conocer, reencontrar mi camino, mi sentido. Eres mucho más que un simple animal, eres mi guía y protector en esta vida y en todas las que haya. Ahora esta carta te la leo mientras te tengo en mi regazo escuchándome atentamente, con aquel disco de vinilo sonando, el crepitar de la leña en el fuego a nuestra izquierda, la ventana a la derecha y mi libro en la mesita frente a nosotros, tú sales en él.

¿Sabes? Yo te acogí en mi hogar, pero fuiste tú el que me salvó.

Gracias.

 




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