Eran las ocho y media cuando Lili se
fue a su casa para prepararse y venirse con sus padres, un poco más tarde, a
cenar. Se despidieron con un pequeño beso y yo me despedí de José. Hugo y yo
fuimos a casa con Bruno, el cual ya cerró la panadería y nos llevó en coche.
Cuando entramos, fuimos preparando la mesa los cuatro. Hugo les fue
contando cómo había ido el día en el parque. Les dijo que era la primera vez
que se había acercado tanta gente para escucharle y que había recibido muchas
más propinas. Añadió que, sin Lili y sin mí, la canción no hubiera sonado
igual. De pronto, llamaron al timbre y nos sobresaltamos, ya que sonaba un poco
fuerte. Llegaron Paola, Fran, Matt y Lili.
-¡Hola a todos!
Caray, que frío. Dejadme los abrigos, ya los cuelgo yo en el perchero. –Dijo
Bruno, aunque yo me puse a su lado para ayudarle a coger algún abrigo-. Gracias
Nathalie. –Me susurró.
- Sentaos todos,
por favor. La comida está recién hecha y bien calentita. Espero que os guste.
Siempre le pongo una pizca de cariño a la cena, pero esta noche más. –Añadió,
una sonriente, Emma.
-¡Qué bien huele! –Fueron
diciendo cada uno, cuando iban entrando en el comedor.
Nuestros padres se sentaron
unos en frente de otros, Lili y Hugo juntos y Matt y yo al lado. Aquella cena fue
perfecta. Cada mirada, cada gesto y cada palabra tenían algo especial.
-¿Sabéis qué? –Dijo
Hugo-. He estado reservándomelo para este momento. Emma, esta tarde he
descubierto el don de Nathalie. –Me quedé sorprendida, no sabía de qué hablaba.
Todos me miraron, preguntando cuál era.
-¿Emparejar a las
personas? -Le pregunté, bajando la voz y sacando la lengua. Él sonrió, porque
sabía que no me esperaría su respuesta.
-¡Nathalie sabe cantar
de una manera especialmente conmovedora!
-No digas
tonterías, Hugo... –Dije, un poco extrañada.
-Me gustaría
escucharte un poco, querida, si no te importa. Ya hemos terminado de cenar y
podemos esperar para tomar el postre. –Dijo Emma, con una mezcla de intriga y
curiosidad. Al oír esto, Hugo salió corriendo a por su guitarra, para repetir
el momento de hoy.
-Me da mucha
vergüenza cantar aquí. –Les dije, un poco cortada.
-Está bien, no te
obligaremos Nathalie. –Acudió a mi ayuda Bruno-. Vamos a tomar el postre. -Hugo
volvió a dejar la guitarra en el salón y se sentó en la mesa.
Después de un delicioso flan casero,
nuestros padres se quedaron charlando en el comedor y nosotros cuatro, los
pequeños de la casa, nos fuimos al salón. Cuando ya los adultos no nos podían
escuchar, Matt me pidió, casi rogándome, que cantara. Le dije que no, pero Lili
me convenció al decirme que ella también cantaría conmigo. Hugo y yo nos
sentamos en el sofá y Lili y Matt, en el de enfrente. La canción empezó a
sonar, de nuevo, y el momento tan bonito se volvió a repetir. Yo cantaba y me
di cuenta de que Lili fue bajando su voz, para que se escuchase mejor la mía,
pero esta vez no me dio vergüenza y no paré. Conforme iban pasando los
segundos, pasé de cantar en un tono bajito a cantar a un tono un más elevado,
al de la canción. Ella y Matt me miraban embobados. Cerré los ojos, como hizo
Hugo, y me concentré en la melodía y en mi voz. Cuando la música paró, él y yo
los abrimos, y vimos que Lili y Matt se levantaron para abrazarnos. Fue el
mejor abrazo de todos, entre risas y alguna que otra lágrima, por parte de los
más sensibles. Cuando ellos me empezaron a aplaudir a mí, aparecieron nuestros
padres por la puerta, haciendo lo mismo. Me quedé alucinada, no sabía que nos
habían estado escuchando. Paola y Emma también estaban un poco emocionadas. Se
susurraron algo al oído, asintieron y Emma me dijo:
-Querida,
felicidades, mañana empiezo contigo las clases de canto.
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