Llega el invierno y con él los abrigos, las bufandas,
que se te ponga la nariz y las orejas coloradas a causa del frío o parecer
dragones cuando respiramos, echando fuego invisible. Hay personas a las que no
les gusta la Navidad por viejos recuerdos o por muchos motivos, pero a mí,
personalmente, me parece algo precioso. Cuando llega, miras a tu alrededor y
ves troncos rodeados de luces, calles iluminadas con distintos colores o árboles
navideños espectaculares para que, cuando pases por al lado, te detengas, los
observes y se produzca un ambiente perfecto. Cada uno de tus sentidos recibe
algo: Ves un entorno maravilloso. Escuchas a la gente cantar, reír, charlar.
Hueles ese olor a castañas por la calle, un aire diferente. Saboreas una comida
preparada para que la disfrutes y te caliente esa garganta fría. Tocas la
nieve, las ramas de un iluminado árbol, coges de la mano a una persona, sientes
un frío beso en tu mejilla. La Navidad también hace que te reúnas con tu
familia, amigos o personas que no veías desde hace tiempo. Esas cenas
familiares donde no podéis parar de reír, os contáis todas las novedades y coméis hasta no poder más. En este tiempo es
imposible resistirse, por mucho que nos neguemos, a los mantecados, bizcochos, roscos y demás
dulces que no nos ayudan a adelgazar, pero que nunca pueden faltar. Con
el frío llegan, a la vez, esos abrazos calentitos que recibes, esos besos bajo las
luces que iluminan tu noche o poder disfrutar, en la mejor compañía, de un
ambiente y unas vistas increíbles. Con el frío , llega la magia de la Navidad.
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