-¿Por qué me estás mirando así? ¿No
tienes nada mejor que hacer? Si tienes algún problema conmigo, con mi color o
con mi música, ya te puedes ir. -Me miró muy serio y siguió tocando
sus canciones.
-¡Caray, qué carácter!
Pues, chico, lo siento mucho por ti pero sólo por eso me has caído bien y me
voy a quedar aquí escuchándote. ¿Cómo te llamas?
-¿Sabes que eres un poco
rara?
-Sí, ese siempre ha sido
mi mote, pero ¿sabes? Ser rara es lo mejor del mundo.
Observé que se rió. Me levanté del
suelo, enfadada, y empecé a andar, sin decirle nada.
-¡Me llamo Hugo! ¿Y tú?
Escuché que alzaba la voz para
decírmelo, antes de que ya no consiguiera escucharle. Sonreí. Me paré, me di la
vuelta y le respondí:
-¡La chica rara a la que
algún día volverás a ver!
Me volví a girar y me fui a un
paso rápido. Salí del parque y me escondí detrás de la esquina, asomando un
poco la cabeza, observándole. Seguía tocando la guitarra pero ya no estaba
serio, como antes. Ahora estaba sumido en sus pensamientos, riéndose, tal vez
por haber conocido a una chica diferente. Esperaba haberle caído bien.
En el orfanato, las niñas que
creían saberlo todo sobre los chicos, decían que para caerles bien había que
arreglarse, ponerse guapas y maquillarse. Sabía que no era cierto. Sabía que
con ser una misma era más suficiente.
Caminaba feliz por haber hecho
mi segundo amigo. Te preguntarás cuál es el primero. El primero fue Bruno,
aquel hombre que conocí hacía dos meses en la panadería, el cual me pareció una
persona especial. Quizás Hugo también lo fuera.
Hubo instantes de mi pasado en
los que todo me parecía igual. Los segundos, los minutos, las horas, todo era
interminable. Sin esperarlo, conocí a alguien lleno de luz, de vida y de
alegría. Estaba segura de que, en los siguientes momentos de mi vida, estarían
conmigo personas especiales. ¿Les volvería a ver otra vez? Eso esperaba, porque
veía muy de cerca la felicidad con la que siempre había estado soñando.
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