Un reloj con forma de claqueta marcaba
las nueve de la noche. Bruno estaba recogiendo las cosas para salir. Mientras,
yo me quedé observando ese reloj. Nunca antes me había fijado. ¿Qué hacía un
reloj de ese estilo en una panadería? También me di cuenta de que la fecha
estaba mal puesta. Caray, el año estaba mal, un poco más de veinte años atrás.
¡Tenía que decirle a Bruno que lo actualizase!
Después de quince minutos, nos paramos, se bajaron y Hugo me abrió la puerta. Estábamos en una calle sin salida, donde había seis casas enormes, separadas por altos arbustos. No me podía creer que vivieran en una de ellas, estaba alucinando. Las casas estaban enumeradas del siete al doce. Introdujo la llave en la cancela número diez. Cuando estábamos dentro de ella, lo único que podía hacer era abrir bien los ojos y la boca. Ellos dos se rieron al verme. ¡Parecía incluso más grande que aquel orfanato! Diría que era de película. De hecho, había objetos y cuadros que me recordaban a algunas. Como la escena de una de ellas, bajó la señora Emma por las escaleras. Aunque iba vestida con ropa de casa, era muy elegante, preciosa, con unos ojos verdes que me miraban llenos de luz, delgada, con un pelo corto y rubio y una sonrisa muy bonita. En cuanto me vio, bajó las escaleras con un paso más ligero.
Salió con Hugo del interior de
la panadería, fueron apagando las luces y me abrieron la puerta. El cielo aún
estaba oculto bajo una manta de nubes pero, por suerte, no llovía. Nos montamos
los tres en el coche. Era increíble que ese fuera mi primer viaje, aunque
nos dirigiéramos a un lugar cercano. Estaba muy emocionada. Iba
en el asiento de atrás, viendo las nucas y el pelo de ellos dos. Sonreí, feliz,
por todo lo que me estaba pasando. El coche era bastante lujoso y amplio. Me
recordaba a aquel día que fui andando por las calles, soñando y mirando
aquellas casas preciosas y esos coches que parecían tan caros. ¡En ese momento
estaba en uno de ellos!
Después de quince minutos, nos paramos, se bajaron y Hugo me abrió la puerta. Estábamos en una calle sin salida, donde había seis casas enormes, separadas por altos arbustos. No me podía creer que vivieran en una de ellas, estaba alucinando. Las casas estaban enumeradas del siete al doce. Introdujo la llave en la cancela número diez. Cuando estábamos dentro de ella, lo único que podía hacer era abrir bien los ojos y la boca. Ellos dos se rieron al verme. ¡Parecía incluso más grande que aquel orfanato! Diría que era de película. De hecho, había objetos y cuadros que me recordaban a algunas. Como la escena de una de ellas, bajó la señora Emma por las escaleras. Aunque iba vestida con ropa de casa, era muy elegante, preciosa, con unos ojos verdes que me miraban llenos de luz, delgada, con un pelo corto y rubio y una sonrisa muy bonita. En cuanto me vio, bajó las escaleras con un paso más ligero.
-¡Tú debes de ser
la famosa Nathalie, de la que tanto he oído hablar! – Me dio un abrazo más
fuerte que el que me dio Bruno en la panadería.- Estoy encantadísima de
conocerte, querida. Estaba segura de que él te convencería. –Miró a Bruno,
sonrieron y se dieron un tierno beso en los labios. Se les veía muy enamorados.
-Yo también estoy
encantada, señora Emma. Un placer conocerla. También me han hablado mucho y muy
bien de usted.
-¿Usted? Por favor,
llámame sólo Emma. Tan pequeña y educada, qué linda. –Me dio otro abrazo. La
pronunciación inglesa le salía en algunas palabras, pero hablaba perfectamente
español.- ¿Tienes hambre? La cena ya mismo estará lista. Voy a prepararte las
cosas para un baño calentito, antes de cenar. Te sentará de maravilla.
Hablaba tanto y tan rápido, que me
hacía reír. ¿Estaba viviendo un sueño o estaba soñando una realidad? Mi
verdadera aventura acababa de empezar pero, fuera lo que fuera, no quería que
terminase nunca.
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