Estuvimos unos minutos más en el
parque, pero había empezado a caer una pequeña llovizna y las personas se
estaban yendo, así que nosotros también nos marchamos. Al salir de allí me
despedí de él, pero él de mí no. Me agarró de la mano, impidiendo que me fuera.
-¿A dónde vas?
–Preguntó, aunque sabía la respuesta.
- Hace unas horas
te hubiera dicho que regreso a casa de mi tía pero, ya que nos hemos sincerado,
regreso a mi callejón. No te preocupes, de verdad –Sonreí, aunque por dentro me
sentía triste. Sería por ese cielo grisáceo.
-¿Estás loca? No
puedo dejar que te vayas allí otra vez. Ven conmigo, voy a hablar con Bruno.
Por mucho que me había negado,
él insistió y nos dirigimos de nuevo hacia la panadería de Bruno, aunque con un
nuevo propósito. Por el camino empezó a llover más fuerte, así que al final
fuimos corriendo hasta allí.
-Caray, chicos,
¡venis empapados! Secaos con esto, voy a sacar la estufa. – Dijo, tan amable
como siempre. Nos prestó una toalla a cada uno.
Vaya, el pan se había mojado un
poco, aunque no me importaba mucho. Ya lo había probado así algunas veces, pero
esa vez me hubiera gustado comérmelo horneado y calentito. Era experta en comer
pan bañado en agua de lluvia. Un bonito nombre para un sabor tan horrible.
Sonreí por mi ocurrencia, cuando vi que Hugo se quedó pensativo y pasó por
detrás del mostrador, en busca de Bruno. Me quedé sola, aunque no me
sentía así. Ese lugar tan acogedor y estas personas tan encantadoras hacían que
no me sintiera así por primera vez. En esos meses había estado engañándome a mí
misma. Por mucho que quisiera evitar esos sentimientos de soledad y tristeza,
los sentía y, aunque intentara ignorarlos, cada vez se hacían más grandes. Por
suerte, al haber entrado en mi vida estas personas, me sentí totalmente
diferente y feliz. Supe que algo iba a cambiar, que mi vida iba a
avanzar.
Estaba tan sumida en mis
pensamientos, que me asusté cuando Bruno apareció y me habló.
-¿Tan feo soy como
para que te asustes al verme? –Dijo riendo- Verás, Hugo no ha podido evitar
contarme lo tuyo y me he quedado alucinado, Nathalie. Es increíble que una niña
de ocho años haya pasado por esos días tan duros. Desde el primer día que te
vi, supe que eras diferente. Tu mirada me transmitió una seguridad y ternura,
que nunca había visto en nadie. Por eso me gustaría hacer un trato contigo. ¿Te
gusta la idea de desayunar, comer, cenar, ducharte, ver la televisión y
quedarte a dormir con tres nobles personas? -Me quedé alucinada, no sabía qué
responder.- Nathalie, ¿quieres quedarte en nuestra casa el tiempo que quieras?
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