-¿Qué secreto? –Pregunté curiosa.
-Ups, creo que sí he
metido la pata. No te preocupes, Nathalie, estoy seguro de que te lo contará
más adelante, ¿verdad Hugo?
-Sí, Bruno, se lo
contaré si tanto entusiasmo tienes. Bueno, dale la barra de pan que nos tenemos
que ir. –Respondió, impaciente por salir.
-Aquí tienes, pequeña.
–“Mi última barra de pan”, pensé.
Le pagué y, como me temía, ya no me
quedaba más dinero. Intenté no parecer desilusionada delante de ellos, para que
no me preguntasen qué me pasaba. Nos despedimos y salimos de allí, mientras
pensaba en qué podría consistir aquel misterioso secreto. No pude resistirme a
preguntar:
-Hugo, ¿de qué hablaba
Bruno? ¿Qué secreto?
-Ah, nada. Ya te lo
contaré otro día.
-¿Y por qué no ahora?
Tengo mucha curiosidad. –Le puse la cara más dulce y buena que pude,
parpadeando lentamente, haciéndole reír.
-¡Sólo te conozco de un
día! –Respondió, divertido.
-Ya… Pero soy de
confianza. Este será nuestro primer secreto compartido como amigos. Cuéntamelo,
por favor, por favor, por fa, por fi. –Noté que estaba a punto de decírmelo-.
¡Por favor!
-¡Vale, vale! Pero
cállate, por favor te lo pido. Te lo contaré cuando estemos en el parque.
Sonreí orgullosa. Objetivo cumplido.
Le cogí de la mano y lo llevé, casi arrastrando, hasta el parque. Cuando
llegamos, nos colocamos donde lo conocí y, aunque el día estaba nublado, había
algunos niños con sus padres. Dejó la funda en el suelo, abierta para las
propinas. Se colocó la guitarra y empezó a tocar. Estaba impaciente, sentada en
el suelo escuchando la melodía, a la vez que esperaba la noticia.
-Verás -comenzó a
decir-, mientras caminábamos hacia la panadería, hemos estado hablando sobre
algunas cosas de nuestras vidas, pero no he sido del todo sincero. No le he
contado nada de mi vida a nadie y es increíble que te lo vaya a decir a
ti, sin conocerte a penas, pero he de admitir que me transmites una confianza
especial. Bueno allá va. A Bruno lo conocí cuando tenía siete años, pero no de haberle
comprado pan. En verdad, nunca le he comprado nada. Te lo voy a contar todo
desde el principio, pero no quiero que sientas pena por mí. Yo tenía una
familia. Tenía seis hermanos y yo era el mediano. Mi madre trabajaba como
señora de la limpieza, cada día y cada noche. Mi padre murió en un tiroteo que
hubo en un callejón. Aquel barrio en el que vivía antes era horrible. Mis dos
hermanos mayores se fueron a ganar algo de dinero. Éramos demasiadas personas
en la casa para tan poco dinero y a mí... A mí me abandonaron, con seis años,
en la calle. Intenté sobrevivir como pude. Después de un año, apareció en mi
vida Bruno. Cuando pasó un poco de tiempo, le conté mi historia y me confesó
que él y su mujer no podían tener niños, pero deseaban tener uno con toda su
alma. Después de unas semanas, me preguntó si quería formar parte de su
familia, si yo quería que él fuera mi padrastro y acepté sin pensármelo dos
veces. Ahora tengo diez años y no me arrepiento para nada de aquella
decisión, porque es una persona especial, diferente. Es lo mejor que me podría
haber pasado nunca.
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