Quiero
dedicarles unas pequeñas palabras a las personas más grandes del mundo, los
abuelos. Podría escribir un texto infinito sobre ellos, porque se merecen
muchísimo. Son esas personas que siempre han estado contigo durante toda tu
infancia, tanto en los buenos como en los malos momentos y, en estos últimos,
era cuando más te apoyaban, estando a tu lado siempre, cuidándote. Tenían sus
pequeños detalles como, por ejemplo, darte dinero a escondidas, decirte que no
había nadie más bello que tú, llamarte con el nombre de todos los miembros de
tu familia, menos el tuyo, darte sonoros besos en las mejillas y que todo lo
que escribías o dibujabas era precioso (aunque fuera un garabato). Ellos hacían
que las arrugas fueran la cosa más bella del mundo y, tras ellas, mil historias
vividas y contadas a sus queridos nietos, haciéndote ver que nada ni nadie
podría superarlos ni derrotarlos, pero la realidad era distinta. Hablo en
pasado porque, por desgracia, ya no me quedan abuelos en este mundo que nos da
mucho y, a la vez, nos quita. Por eso, a los afortunados que aún
conserven a esas personas ejemplares, cuídenlas como lo han hecho con nosotros,
durante su larga y dura vida.
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